EFE.- Sostenido de forma determinante por Jan Oblak, reivindicado con una actuación estelar, y lanzado por un gol de Antoine Griezmann en el minuto 55, después de resistir la presión y el desborde del Porto, el Atlético de Madrid resurgió en la Champions League con una victoria indispensable 1-3, sentenciada por Ángel Correa y Rodrigo de Paul, que lo catapultó a los octavos de final del torneo.
No falló el Atlético de Madrid, entre la crítica, entre las dudas, entre la incertidumbre, entre la desconfianza de sus últimos encuentros, dentro de la pesadilla que últimamente es la Champions para el conjunto rojiblanco, que se despertó de ella de golpe, para demostrar su carácter, para reencontrar la contundencia en las dos áreas, el argumento más irrebatible sea cual sea el escenario y el adversario, y para avanzar a octavos en una competición en la que surcó el precipicio muchas veces, varias este mismo martes.
SUÁREZ, LESIONADO
No disponía Diego Simeone ni de Savic ni de Giménez ni de Felipe ni de Trippier, tres de sus cuatro centrales y el lateral derecho titular. Y a los 13 minutos perdió a su mejor goleador, a su futbolista de más jerarquía, al mejor de todos cuando delante está la portería contraria: Luis Suárez. Lesionado, desolado, incluso con alguna lágrima cuando tomó asiento en el banquillo, entre la frustración de perderse un encuentro tan definitivo. Un severo contratiempo para el Atlético, otro más del que sobreponerse en una situación al límite. A doble o nada.
El reemplazo fue Matheus Cunha. No Joao Félix, que no disputó ningún minuto. Un indicativo hoy por hoy de cuál es el momento del atacante portugués en este Atlético de Madrid, más allá de que el brasileño sea quizá el cambio natural del ‘9’ charrúa. También entraron Correa y Lodi. Él no. Tampoco jugó el mexicano Héctor Herrera, borrado de la titularidad.
TALENTO CONTRA TENSIÓN
Aún en el primer tiempo, entre la tensión, entre la intensidad, entre las pugnas, también hubo espacio para el talento. Carrasco dribló a tres, irrumpió en el área y armó un baile en torno a la portería contraria que nada más frustró el portero Diogo Costa. Hasta en dos ocasiones. La primera, atento, oportuno, en el remate de Lemar; la segunda, en el posterior tiro de Marcos Llorente. Entre medias, por un par de centímetros, no más, Griezmann no alcanzó bien el balón ni a batir al guardameta. Lo segundo habría sido una consecuencia segura de lo primero.
No sólo fue una oportunidad, sino también un ‘grito’ sonoro de que el Atlético podía pasar a octavos. Que no iba a desistir. Que iba a dar todo lo que tenía, en su cuerpo y en su alma, por remediar en la última jornada todo lo que había permitido en las cinco citas anteriores.
Pero no era tan sencillo. Porque el Porto es un buen equipo, presionante, ambicioso, potente. Y porque no sólo tenía que ganar él, sino que no lo hiciera, al menos por el mismo marcador y número de goles, el Milan al Liverpool. En San Siro, antes de la media hora, Tomori adelantó al conjunto italiano. Antes del intermedio, empató el bloque inglés. Aún había vida. Mucha vida, sobre todo porque había sobrevivido entonces a la ofensiva rival.
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Pero necesitaba goles el Atlético de Madrid, que lo pasó muy mal desde entonces, agobiado, con pérdidas constantes de balón, encerrado por el conjunto portugués… Y salvado por Jan Oblak, que puede tener mejores o peores días, pero son tantos -innumerables- los primeros y tan pocos los segundos que es un portero que no admite discusión. Su parada a Luis Díaz fue formidable. Sin ella, habría sido gol.
DECISIVO
La secuencia de saques de esquina posteriores pusieron de nuevo al filo al Atlético de Madrid, aliviado cuando el duelo paró en el minuto 46, pero reencontrado de nuevo con la misma situación en cuanto el partido retomó su actividad, de nuevo sostenido por el imponente guardameta esloveno, que frenó otra ocasión de Mehdi Taremi, repelido con el pie derecho, y, de pronto, resurgió contundente en su ataque para golpear con el 0-1, en un saque de esquina que botó Lemar, que peinó un defensa y que remachó Griezmann, solo, en el segundo palo. Era el minuto 55.
Y no sólo eso, sino que Origi, casi a la vez, anotó el 1-2 en Milan para el Liverpool. Estaba dentro de octavos de la Champions el Atlético de Madrid, que marcó y renació, también en el juego, también en el contragolpe, con una acción espectacular de Matheus Cunha que salvó Pepe cuando era gol o gol, cuando el partido, la última jornada, las posibilidades, habían virado a favor del conjunto rojiblanco, hasta que Yannick Carrasco cometió un error infantil. De alevín. En el minuto 67. Es reincidente el extremo internacional belga, cuya equivocación es inadmisible. Se fue a la ducha.
Lo arregló Matheus Cunha, que, visto lo visto, promovió de nuevo la igualdad numérica. Entre tanta tensión, Wendell le puso el codo en la nuez, él se fue al suelo, el árbitro Clement Turpin, quizá influido por lo que había hecho antes con Carrasco, expulsó al lateral del Oporto, siete minutos apenas sobre el terreno de juego, para derivar ambos equipo en una multitudinaria discusión. Los octavos de final estaban en juego. No hubo tregua hasta el minuto 90, cuando Correa, primero, y De Paul, después, sentenciaron la clasificación por 0-3.