En el Zócalo, nadie aplaude. No parece que la primera presidenta, así con "a" al final, haya rendido protesta. No parece que, a solo 2 kilómetros, en el Congreso de la Unión, una mujer ocupa por primera vez en la historia de México la silla presidencial.
"Hago una respetuosa invitación a que nombremos presidenta, con 'a' al final, al igual que abogada, científica, soldada, obrera, doctora, maestra, ingeniera, con 'a' porque, como nos han enseñado, sólo lo que se nombra existe", afirma la presidenta de México, Claudia Sheinbaum.
En la sala de la Cámara de Diputados le responden a gritos: "¡Presidenta!". Pero en la plancha del Zócalo, donde se transmite el discurso en una decena de pantallas mientras se espera el inicio del festejo de la toma de protesta, nadie grita, nadie aplaude y muy pocos ponen atención a las palabras de Sheinbaum.
Te podría interesar
"Llegan las indígenas, las trabajadoras del hogar, llegan las bisabuelas que no aprendieron a leer y escribir porque la escuela no era para niñas, llegan nuestras tías que encontraron en su soledad la manera de ser fuertes, a las mujeres anónimas, las heroínas anónimas, que desde su lugar, las calles o lugares de trabajo lucharon por ver este momento, llegan nuestras madres que nos dieron la vida y después volvieron a dárnoslo todo, nuestras hermanas, llegan nuestras amigas y compañeras, llegan nuestras hijas hermosas y valientes, llegan ellas las que soñaron con la posibilidad de que algún día no importaría si naciéramos siendo mujeres u hombres podemos realizar sueños y deseos sin que nuestro sexo determine nuestro destino. Llegan ellas, todas ellas, que nos pensaron libres y felices", proclama Sheinbaum desde la tribuna.
Son palabras que provocan emoción, pero el Zócalo no se emociona. Uno que otro que desentona aplaude un par de veces, pero el grueso de las personas platica, duerme, come y compra recuerdos con la figura del ahora expresidente Andrés Manuel López Obrador.
Los asistentes al Zócalo no reaccionan cuando Ifigenia Martínez, una de las primeras mujeres en alcanzar puestos altos en la política mexicana y figura feminista, sostiene por unos segundos la banda presidencial antes de que Sheinbaum se la coloque con ayuda de una cadete.
"¡Ah, no manches, ya tiene oxígeno la señora", dice sobre Ifigenia Martínez, un joven que charla con sus amigos y que por un momento se fija en la transmisión oficial.
Desde las 7:00 de la mañana los primeros asistentes al festejo por la toma de protesta de la exjefa de Gobierno de la Ciudad de México arriban al Zócalo.
Son personas uniformadas de playeras blancas con alguna leyenda referente a Sheinbaum que portan banderas del Sindicato Único de Trabajadores del Gobierno de la Ciudad de México. O vestidas con playeras rojas de sindicatos petroleros, mineros o electricistas.
Hay grupos de playeras verdes con la leyenda: "Claudia, San Luis (Potosí) te apoya", provenientes precisamente de ese estado gobernado por Ricardo Gallardo, emanado del Partido Verde. Llegaron en camiones que se estacionaron en la Diagonal 20 de Noviembre, junto a los camiones que transportaron también a grupos de personas desde Veracruz, Tabasco, Guerrero y Oaxaca.
Los oaxaqueños entran al Zócalo alrededor de las 10:30 de la mañana. Vienen con el ánimo fresco y echando porras. "¡Es un honor estar con Obrador, es un honor estar con Obrador!", corean.
A diferencia de esos grupos, Guadalupe Saldaña, de 80 años, oriundo de la Huasteca Potosina, viene solo y por sus propios medios. No viste playera verde, sino una camisa amarilla desgastada, pantalones beige y chamarra café que combina con su gorra.
Está cansado de esperar parado, dice, y se sienta en una de las bancas de cemento que están cerca del Edificio de Gobierno de la Ciudad de México.
Apenas son las 11:00 de la mañana. Pide ayuda para arreglar las correas de su mochila, desgastada también, porque se zafaron y por el temblor de sus manos no puede colocarlas en su lugar. Menciona animado que viene a ver al expresidente Andrés López Manuel López Obrador, aunque su presencia en el Zócalo no está prevista en el programa.
"Estoy emocionado", señala y sin más preguntas, se suelta a hablar de por qué para él la reforma judicial aprobada hace unas semanas con la mayoría aplastante de Morena, es benéfica.
"En 1964, el líder de mi ejido firmó para que nos expropiaran nuestros terrenos… pero los demás, 100 ejidatarios, como yo, no firmamos, falsificaron nuestras firmas", reclama. "Nunca nadie nos ha ayudado, porque el Poder Judicial es corrupto", expone.
Guadalupe no tiene idea de que los ministerios públicos no dependen del Poder Judicial cuando arremete contra ellos y señala que cada vez que intentó ir al ministerio público para presentar la denuncia fue rechazado agresivamente por los funcionarios. "Por eso me emocioné cuando el presidente López Obrador aprobó la reforma para desaparecer el Poder Judicial, porque son corruptos", afirma.
Revela que tiene cáncer de espalda y hace un ademán para enseñar el tumor que lo aqueja. "No tengo servicio médico, pero espero que cuando se resuelva lo de mi terreno, tendré dinero para atenderme".
"¿Tiene pensión de adultos mayores?", se le pregunta.
"Es lo único que tengo", responde.
Guadalupe parece acordarse de Claudia Sheinbaum cuando se le cuestiona su opinión sobre ella y las expectativas con la nueva presidenta.
"Espero que Claudia sea todavía mejor, porque es mujer y las mujeres tienen un corazón más noble", expresa.
Patricio, de 71 años, es otro de esos asistentes que vienen solos al festejo. Es de Ciudad Obregón, Sonora, pero ha vivido en Estados Unidos y en Australia. Estudió Contaduría en la UNAM y fue empleado durante años de Mexicana de Aviación, relata.
"Vengo porque siempre he venido a apoyar a López Obrador y ahora toca venir a festejar a la primera presidenta de México en quién sabe cuánto tiempo", señala.
Junto a él, unas señoras que acaba de conocer portan unos "amlitos" en el cabello y se ríen emocionadas y nerviosas cuando Patricio les elogia el accesorio.
Unos metros a la izquierda de ellos, Guadalupe Palma espera sentada en un banco de plástico. Tiene 56 años y llegó al Zócalo con su esposo desde la alcaldía Tlalpan, el lugar de residencia hasta hoy de Sheinbaum.
Cuando se le pregunta qué espera de su vecina, Guadalupe afirma que espera un cambio.
"¿Un cambio de qué?", se le cuestiona.
"De la violencia y que haya mejor atención en los servicios médicos", apunta.
Termina el discurso de Sheinbaum en el Congreso y, aunque faltan al menos unas cuatro horas para su arribo al Zócalo, algunas personas se retiran de la plaza.
"¿Qué, ya se van?", le dice un joven a una persona que pasa a su lado y que al parecer conoce. "Ya, le toca al relevo", responde el otro con apariencia cansada.