A James David Vance (Ohio, 1984), designado este martes por Donald Trump como su nominado a vicepresidente para la contienda por la Casa Blanca, lo definió recientemente el líder republicano como un “joven Abraham Lincoln” a quien hasta “la barba le queda bien”.
El detalle, aunque pueda parecer nimio, dice mucho en este caso del respeto que Trump, de quien es vox populi que detesta el vello facial, profesa ahora por esta figura incipiente dentro del partido, que pasó de vivir un auténtico drama personal y servir como infante de Marina en la guerra de Irak a convertirse en un escritor líder de ventas.
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Hace ocho años, antes de las elecciones presidenciales de 2016, J.D., como se le conoce popularmente, criticó duramente a Trump.
Públicamente, Vance calificó al candidato presidencial republicano de “idiota” y dijo que era “reprobable”, además de compararlo en privado con Adolf Hitler.
Sin embargo, el expresidente lo eligió como su compañero de fórmula. Y ahora, Vance es uno de los más ardientes defensores de Trump, manteniéndose a su lado incluso cuando otros republicanos de alto perfil no quisieron hacerlo.
La transformación de Vance, de crítico de Trump a un incondicional, lo convierte en una figura relativamente inusual en el círculo íntimo del expresidente.
Mucho antes de llegar a senador por Ohio, J.D. sufrió una infancia expuesta a la violencia, a las armas y al consumo de drogas en Middletown, su localidad natal en ese estado vecino de Pennsylvania, donde el expresidente Trump recibió un disparo en su oreja derecha este sábado.
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Su despiadada realidad era la de muchas familias blancas en ciudades manufactureras de Estados Unidos, en decadencia allá por la década de los 90.
Las constantes peleas de sus padres desembocaron en un divorcio tras el que J.D. empezaría a usar el apellido Vance de su madre en vez del Bowman paterno; y su crianza recaería en su aguerrida abuela, a quien llamaba “Mamaw”, cuyas enseñanzas moldearon la persona y el político que es hoy.
En su pequeña ciudad —ubicada en los Apalaches—, el pequeño J.D. Vance aprendió que la familia no se elige, pero que hay que quererla igualmente, que el cristianismo era su salvación y que, si alguna vez fallaba, siempre estarían las 19 pistolas que “Mamaw” guardaba en casa.
Ese acervo de valores tradicionales, y las ganas de cambiar de aires, lo motivaron para alistarse en el cuerpo de marines estadounidense y servir en la guerra de Irak (2003).
En 2005 su abuela falleció y J.D. entendió que su carrera militar había terminado y debía enfocarse en sus estudios en Ciencias Políticas y Filosofía en la Universidad Estatal de Ohio, que culminó con calificación cum laude, para dar el salto a la Facultad de Derecho de Yale.
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Los ecos de esa infancia de “basura blanca” (modo despectivo usado en el país para referirse a familias de clase baja y desestructuradas) resonaron una vez más en la cabeza de J.D. una década después, optando por apartar sus boyantes trabajos entre bufetes y tecnológicas californianas para escribir sus memorias.
Se titularon Hillbilly Elegy (Hillbilly: Una elegía rural, en español), vieron la luz en 2016 por HarperCollins y desde el principio fueron un bum en la industria editorial.
Recientemente, ha defendido con rotundidad los ataques israelíes en Gaza y ha cargado duramente contra la administración Biden por su gestión económica.
Padre de tres niños y casado con una mujer de orígenes indígenas apalaches, Vance afronta ahora otro gran desafío vital sujeto al imprevisible Trump y a su manera de trabajar en equipo, que ha convertido la figura del vicepresidente en un cargo un tanto irrelevante.
El senador republicano John Barrasso, de Wyoming, a quien Vance ha descrito como un mentor, dijo que él cambió su opinión sobre Trump porque “vio los éxitos que como presidente trajo al país”.
En particular, la oposición explícita de Vance a la ayuda estadounidense a Ucrania en su guerra con Rusia ha encantado a los aliados más conservadores de Trump, pese a que ha molestado a algunos colegas del Senado.
Con información de EFE y Reuters